Ya he recordado la intensa emoción experimentada cuando abría los paquetes de libros que le llegaban a mi padre. El olor del papel impreso, sobre todo el de celulosa pura que Laertza utilizaba para los clásicos italianos, o para las obras de Benedetto Croce o para La Crítica, me excitaba. Desde el inicio de mi actividad, concedí por tanto una gran importancia a la calidad del papel, y, con dolor de mi corazón, me vi obligado durante la guerra a utilizar papel de pasta de madera, papel que con el tiempo se amarillea y que no resistirá mas allá del siglo XX. Diréis lo que querráis, pero poseer la primera edición de De tu tierra de Pavese, publicada en el 41, hace la boca agua a todos los bibliófilos que, sin embargo, se tendrán que contentar en el siglo XXI con una reimpresión […]
Algo especial para el buen resultado de un libro es la encuadernación. Había para enloquecer cuando los primeros volúmenes se “encorvaban”. Sólo tras una larga experiencia en colas, cartones y telas, se consiguió llegar a una producción masiva de libros encuadernados en óptimas condiciones.
Así pues, papel y encuadernación. Pero sería tonto si no considerase como parte esencial de la forma del libro los caracteres, la compaginación, la tinta, la impresión; y no sólo esto, sino también los folios de cabecera de página, que orientan al lector sobre los temas tratados, los índices analíticos y los índices onomásticos, elementos todos que contribuyen a hacer un libro de estudio utilizable del modo mas provechoso.
La forma exterior del libro debe estar en sintonía con el contenido, debe ser una llamada a la inteligencia del lector. Una llamada discreta que no debe herir al lector cuando éste tenga el libro sobre su mesa de trabajo, en la estantería, o haga de él su livre de chevet. En mi biblioteca personal he intentado eliminar, a menos que sean indispensables, los libros con una presentación indiscreta, diría estridente, que generalmente va pareja a contenidos modestos.
Giulio Einaudi
Notas: